AGUJA POINCENOT EN PATAGONIA

Después de la triste y fuerte historia vivida en el Everest, emprendimos camino al extremo sur: la Patagonia. En la época que fuimos, a pesar de contar con narrativas de otros escaladores, se nos presentó con obstáculos y dificultades, como la larga llegada a Río Blanco, el lugar donde estableceríamos el Campamento Base para intentar escalar el Fitz Roy, fue eterna! Luchando constantemente con el rugiente viento que parecía enojarse con los intrusos que nos atrevíamos a explorar sus recónditos parajes.

No me asustaba la dificultad de la roca, aunque sí y demasiado, las condiciones de esa roca (con verglass, hielo y nieve) y los súbitos cambios de clima, la presencia general de mal tiempo. No sólo era necesario poner en juego habilidades técnicas, sino la paciencia, la perseverancia, la concentración, la creatividad, la planeación, el buen humor, la flexibilidad, la tolerancia a la frustración, ¡uf! ahora que lo recuerdo, he llamado a este tipo de escalada, un examen de alpinismo. Aquí no había guías, y actualmente quien guía no sube a cualquier persona, como es el caso del Everest. No hay porteadores, ni cuerdas fijas, dependes de ti mismo, de tu capacidad, de tus decisiones y acciones.

Había estado escalando en los Alpes Franceses para entrenar, acoplarme a la escalada simultánea y a la velocidad, lo cual fue maravilloso, y además allá me armé de ropa especial de alpinismo y buen equipo para escalar, de nuestro amigo Enrico dueño de FILA.

Mi primer contacto con las laderas del Fitz Roy no fue bien recibido por rachas de viento que hacían imposible el avance. Hubo que tallar una cueva de hielo para aguantar el fuerte viento, de más de 120 km/hr. Al sacar la cara por el agujero, sentía como si el viento fuera a arrancarme la cabeza, se escuchaba un vacío impresionante y adentro era un iglú. Como el viento no cedió, decidimos bajar junto con unos españoles y unos estadounidenses. Otra vez, yo era la única mujer. Mi pequeño cuerpo se aferraba al suelo y todos reptábamos para no ser arrancados del piso y azotados con piedras del camino. Era increíble lo que estaba viviendo, no podía imaginar las condiciones en la pared y mucho menos escalarla así. Es por ello que las paredes en Patagonia tienen tan pocos ascensos.

Un segundo intento, del que fuimos rechazados nuevamente, ni siquiera habíamos podido llegar a la base de la pared, el viento era impresionante y el tiempo empezó a terminarse para algunas cordadas. Así dejaron el lugar primero unos españoles. Después de otro intento, se fueron los estadounidenses. Me sentía muy sola, era como estar en el fin del mundo, esperando a que llegara la oportunidad.

Al cuarto intento, por fin tocábamos la pared e iniciamos el ascenso, íbamos contra reloj, así es como hay que escalar en Patagonia porque el tiempo se descompone en cuestión de horas y el viento es mortal. Ya habíamos pasado la rimaya y terreno mixto sencillo, estábamos en los primeros tramos de la pared vertical, cuando nuevamente observamos lenticulares en el horizonte y el fuerte viento. Había que huir de la montaña. Escapamos al final envueltos en una tormenta. Pasamos la noche en la cueva de hielo y al siguiente día bajamos hasta el Base.

¡No!, mi paciencia llegaba a su límite. Escalaba con mi cordada, mi exesposo, y los gritos estaban a la orden del día. Yo no quería peleas. Estaba mentalmente cansada.

Llegaron a Río Blanco unos franceses y otros españoles. Cuando vi que mi cordada, podía escalar con alguno de ellos, decidí que ya no escalaría más.

Y fue entonces que el tiempo se abrió, se mantuvo estable e hicieron el ascenso hasta la cumbre del Fitz Roy.

Me sentía abrumada por la decisión, aunque satisfecha, pues ya estaba cansada. Por un lado hubiera querido llegar a la cumbre del Fitz, aunque estaba molida mentalmente.

La espinita estaba ahí clavada, el tiempo se mantenía estable, por lo que decidimos intentar la Aguja Poincenot, que está al lado del Fitz Roy, técnicamente es mas sencilla, y no es tan alta. Podría ser un buen premio de consolación.

Preparamos equipo, comida e iniciamos la aproximación. El entrenamiento en los Alpes rendía sus frutos y escalábamos simultáneo, en las primeras rampas vimos tela color roja esparcida entre las rocas, descubrimos que era un triste vestigio de alguien que cayó para no levantarse nunca más.

A lo lejos en el horizonte se dibujaban las amenazadoras nubes lenticulares, una encima de otra ¡hasta haber 5! Eso indicaba que el tiempo se deterioraría, aunque la cumbre ya estaba cerca, por lo que escalábamos en perfecta sincronía. Poco antes de llegar a la cumbre y debajo de nosotros vimos un cóndor con sus alas totalmente abiertas, una envergadura impresionante, un as del aire y ¡cuánto se antojaba volar! , sin embargo, había que pensar en subir, subir y no parar.

Todavía había luz y teníamos sol cuando llegamos a la cumbre. Fotos veloces y comenzamos el descenso y nos encontramos con una cordada de un español y un estadounidense. Pensamos que sería más rápido si bajábamos juntos para aprovechar su cuerda y así ir montando los rappeles alternando cuerdas entre la de ellos y la nuestra. Por lo que los esperamos unos largos debajo.

No sabíamos lo que nos esperaba, pues estos amigos resultaron no muy expertos y terminamos ayudándolos, y nos sorprendió la noche y con ella, la tormenta. Recuerdo vívidamente el momento en el que aseguramos a uno de ellos que tenía que fijar el extremo de la cuerda para que los demás bajáramos sin irnos al vacío que se abría ante nosotros y que sólo por instinto (y porque pasamos previamente por ahí) sabíamos que existía, aunque no lo veíamos por la fuerte tormenta.

Entre gritos que se perdían en el espacio y las ráfagas de viento y nieve, decidimos que bajara yo. Tenía que ir súper concentrada en no pasar el “punto de no retorno” , es decir, irme al abismo, muy atenta a la sensibilidad de mis frías manos, a través de los guantes y que no se me fuera a escapar el final de la cuerda si es que no la habían asegurado. Tenía que encontrar el punto donde ya no debía bajar, sino debía hacer una travesía a mi derecha. En mi mente, sólo estaba la consigna de no soltar la cuerda, pensar que en cualquier momento se podía terminar y tendría que aferrarme con el piolet y crampones a la montaña y moverme por instinto, ya que la tormenta no permitía tener visibilidad, además no podía darme el lujo de perder mi “ocho” (la herramienta para descender a rappel).

Después de gritos arriba y angustiosos minutos, alcancé el punto en el que estaba el estadounidense apanicado, pues había soltado la cuerda en lugar de fijarla, lo cual quiere decir que si no hubiese seguido mis instintos, me hubiera precipitado al abismo.

Después de más horas llegamos a la cueva de hielo, donde pasamos lo que restaba de noche y a la mañana siguiente con luz natural continuamos el descenso hasta Río Blanco donde una italiana amabilísima que me pareció un ángel, me extendió una taza de café y me felicitaba por haber logrado el primer ascenso mundial femenino a la Aguja Poincenot. Hecho que posteriormente nos verificaban los guardias del Parque Nacional.

About Elsa Avila

Primer mujer latinoamericana en alcanzar la cima del Everest, y otras montañas: El Capitán en Yosemite, Shisha Pangma, Kangchenjunga, Makalu, y más en los Himalaya, el Círculo Polar Ártico, los Andes, los Alpes, Patagonia, abriendo nuevas rutas, logrando records personales, rompiendo paradigmas, destacando a la mujer en el alpinismo, en el himalayismo, en la escalada en roca, en expediciones y montañismo de altura.